Una vez más quiero aprovechar la posibilidad que me ofrece este blog para hablaros de algo muy mio.
Hoy quiero, tengo que hablar de ellos, de mis chicos, de mis hombres, de mis muchachos (y también de las increíbles mujeres, aunque solo tuve el honor de conocer a un par de ellas) de la UIP.
Se, que esto que voy a escribir no se hará viral ni correrá por las redes como la pólvora (ojalá fuera así por ellos, se lo merecen) pero no soy una influencer que hable del último modelo de pantalón que hace tipazo ni comparto la última moda entre los jóvenes que es ya tendencia, no, no soy nada de eso, solo soy una mujer entre miles que hace lo único que puede, que sabe hacer, para rendirles un merecido homenaje.
Esta semana toda España ha estado pendiente de Cataluña, sí, así con "ñ" porque su Catalunya no la tiene, con lo bonita y espaÑola que es esta letra (quizás ahí está el problema), que la contienen palabras como "añorar, cariño, acompañar, soñar, enseñar, extrañar, niñez" y que un rebaÑo de salvajes solo la han utilizado para hacernos evocar otras como "daño, leña, puño, añicos, cañero o saña". Mi intención no es hablar de independentismos ni nacionalismos, de eso ya se ocupan otros hasta la saciedad (y lo que te rondaré morena), ni siquiera de ese campo de batalla en que se han convertido las ciudades catalanas, especialmente Barcelona, durante está larguísima semana.
Mi intención, mi único objetivo, con este texto es hablar de esos seres humanos que hemos visto, desgraciadamente hasta la saciedad, en las imágenes de estos días. Esos que visten de oscuro, pertrechados con casco, escudo y armas de disuasión. Esos que habitan bajo un uniforme y un chaleco anti traumas. Esos que forman la Unidad de Intervención Policial.
Los que me conocéis sabéis la adoración que siento por esta Unidad y ¿por qué? Os lo explico.
Durante meses trabajé para ellos, era camarera de piso en el hotel donde se hospedaban durante su servicio en las vías de Murcia. Hasta entonces poco o nada sabía de la UIP, no conocía su cometido exacto ni cuales eran sus competencias, ni siquiera sabía lo que significaban esas siglas.
Ahora se mucho sobre ellos, lo aprendí durante días y días de convivencia y conversaciones en donde se fue trabando una sincera amistad que sigo manteniendo a día de hoy con alguno de ellos a pesar de la distancia.
Ahora se que se tienen que mover donde sea, el tiempo que sea y hacer planes es una utopía para ellos.
Ahora se que se levantan siempre cargados de pilas y con una sonrisa y unos buenos días en la boca aunque el día ofrezca negros nubarrones.
Ahora se lo mucho que extrañan a sus familias cuando están lejos durante días y lo sé porque los veía cada mañana móvil en mano, cayendoseles la baba, hablando con sus peques antes de ir al cole porque necesitan ver todos los días sus caritas y escuchar sus hablares balbuceantes.
Ahora se que el día antes de regresar a casa es fiesta nacional para ellos. Sus habitaciones están llenas de regalos y sus caras irradian felicidad.
Ahora se que malcomen porque las dietas no dan para mucho y que muchos estómagos están tocados de comer tantos días fuera de casa y conformarse con picar algo en la habitación del hotel.
Ahora se que hacen de una habitación de escasos metros un hogar, donde conviven con un compañero adaptándose, amoldándose y respetando el uno el espacio del otro, renunciando a ratos de soledad y egoísmos. Compartir y tolerar, ese es su secreto.
Ahora se que son cariñosos "a capazos" (como se dice en mi tierra) y lo sé porque cuando llegaban de trabajar, por muy difícil y cansado que hubiera sido el día, me sonreían, preguntaba como me había ido el día y me daban un abrazo para agradecer mi trabajo como si este fuera el más importante del mundo, como si hubiera estado dirigiendo los destinos de un país en lugar de haber estado cambiando sábanas, limpiando baños y fregando suelos.
Ahora se que estaba perdida cuando los conocí, que sí, que también habían disturbios en mi interior que ellos, como hacen siempre, como han hecho ahora, apaciguaron haciéndome sentir valiosa y querida y apartando de mi vida la falta de autoestima.
Ahora se que iban y venían, remplazando un grupo a otro, y que cada vez que se alejaban me dejaban el alma partida y que cuando regresaban el sol brillaba más. Que me convirtieron en mejor persona, más alegre, más servicial, más valiente y por eso los quiero, por todo lo que cambiaron en mí a base de sonrisas y tiempo para escuchar lo que les contaba, por muy insignificante o tontorrón que fuera.
Ahora se que me robaron el corazón cuando esos hombres duros, que habéis visto aguantando insultos, pedradas, golpes, porque su trabajo es ese y lo cumplen con extremada profesionalidad, me hicieron un pasillo y entre aplausos me agradecieron los pequeños detalles que había tenido con ellos. ¡A mi, qué no soy nada! pero que me convirtieron en reina con su cariño.
Por eso estos días mi corazón está sufriendo. Esos hombres que veis en la tele tienen nombre y apellido y yo conozco a alguno de ellos.
Hablo con ellos a diario, me dicen que están bien, muy cansados, faltos de sueño y contusionados pero que están donde deben estar y que hacen su trabajo con entereza y sin desfallecer.
Cada piedra que les tiran me duele a mi. Debajo de esos uniformes puede estar mi "chico cantarín" que alegraba el pasillo con sus cánticos y su eterna sonrisa. O mis malagueños con sus bicis y su alegría contagiosa. O el papá de la pequeña y adorable Isabella, que me saludaba a través de la pantalla del móvil de su papi, o de Indira, o de Marco, o de Korina. O mi "no tan chico" escritor talentoso y una de las personas más entrañables que conozco. O mis chicos que dedicaron un ratito a enseñarle su furgoneta a mi sobrino Pablete con un cariño y una delicadeza increíbles. O mi albaceteño con sus tomates debajo del brazo para comer, o mi chico que preparaba el desayuno calentando avena con vainilla e inundaba el hotel de olor a hogar, o ...habría tanto que contar.
La madrugada del sábado a eso de las 4, cuando por fin pudieron irse a echarse un rato al hotel, recibí un whatsapp de uno de ellos diciéndome que habían herido a los dos compañeros que tenía a su lado en uno de los muchísimos y deplorables altercados de Barcelona, uno de ellos estaba muy grave. Mi "chico de los patines", el chico más bueno y atento que he conocido, aquel que una mañana se disculpaba apurado porque había tirado agua con limón y no sabía si me iba a costar quitar la mancha del suelo, un amigo ante todo que conservo como un tesoro y que había sido apedreado como un perro. Lloré de rabia, de impotencia. Lloré por alguien a quien quiero mucho.
Porque no se trata de convertirlos en héroes, se trata de humanizarlos. De verlos como personas de carne y hueso que sufren si se les insulta, que les duele si se les maltrata y que a pesar de todo ahí están, los primeros, inquebrantables, sólidos como una roca que protegen a los más indefensos del temporal. Ellos que han bajado a los infiernos de la mezquindad y la ruindad humana y que aún así creen en las personas y que estas merecen ser cuidadas y protegidas. Esa es su grandeza, su espíritu admirable de servicio.
Hace un par de días uno de ellos me decía que mucho peor que lo que estaban pasando hubiera sido no estar ahí cuando se les necesitaba. Os entiendo. Yo, desde mi insignificancia, me siento inútil por no estar ahí con vosotros dejando chuches sobre la almohadas para endulzaros el día. O alguna toalla de más por si la necesitarais. O dejando cajas de klinex para aliviar los constipados, o poner mandarinas para que toméis vitamina C, o una silla de respaldo alto para que no duela la espalda, o buscar almohadas bajas, altas e intermedias para que descanséis mejor... o dejaros cartas en los casilleros de las llaves para recordaros que sois increíbles y que no os olvido.
Os transcribo un trocito del libro que escribí por ellos y para ellos. Es lo que siento. Estos son los hombres de la UIP:
"Me
quedo con todos, todos distintos, todos únicos, todos especiales. Mil vidas que
viviera, mil veces que los buscaría para recibir un nuevo abrazo, otro beso de
buenos días, escuchar una nueva vez ese «bella»
o sentir que la vida se ilumina con sus sonrisas. Me han devuelto la fe en la
humanidad, la fe de que puede haber gente buena, generosa con sus sentimientos,
gente con alma aunque el corazón esté encallecido por haber contemplado la cara
más dura y dolorosa de la vida, gente que acepta las limitaciones, los errores
de los demás sin juzgar, gente que perdona las críticas, por mucho que duelan,
las olvida y siga adelante porque confían y creen en lo que hacen… Esos son mis polis, los amores de mi vida"
(Fragmento de "La ilusión viste uniforme")
Nota: La foto que acompaña al texto la hice en una de las habitaciones y tiene una anécdota divertida detrás, os la contaré otro día. Mi cuento preferido desde niña es "La Bella durmiente", yo siempre he querido ser la princesa Aurora pero ahora desearía ser el hada Primavera (aunque sea bajita y regordeta) para darles a mis chicos "el escudo de la verdad" que convierta las piedras en pétalos de flores. 😉