Hace
unos días se celebró el Día Mundial de
concienciación sobre el Autismo. Se nos pidió que inundáramos las redes
sociales con símbolos de infinito que fueran creativos. Que ilumináramos de
azul nuestro entorno. Qué nos diéramos cuenta que esta enfermedad afecta a
muchas personas y que aún hoy, en el siglo XXI, no es aceptada por una sociedad
que enumera, como un papagayo, las celebridades que conocemos y que han sido
brillantes, incluso geniales, a pesar de padecer este síndrome, pero que sigue
dando la espalda y haciéndose la despistada ante la marginación que sufren los
autistas.
Much@s
sabéis que en mi vida hay un ser
maravilloso, al que quiero con locura y del que me siento muy, pero que muy
orgullosa y es autista. Mi sobrino Pablo, mi Pablete.
Hoy
sus compañeros del cole se han marchado de viaje de estudios a Madrid. Pablo no
se ha ido. Hoy se ha quedado con mis padres, sus abuelos, a los que adora
porque no ha podido ir a ese viaje. Hoy mi hermana ha trabajado como una loca,
un día más, con el corazón partido porque Pablo no ha podido preparar la maleta
con esa mezcla de ilusión y nervios que tienen los niños cuando van a su primer
viaje de estudios y se sienten ya muy mayores e independientes porque vuelan un
poquito lejos de las alas de papá y mamá. Hoy ella ha pensado, como todos los
días, en el futuro de su hijo. En la ayuda que necesita, en que será de él.
Porque seamos sinceros, por muchas campañas de concienciación que se hagan
estos niños, ante un futuro difícil para cualquier joven, lo tienen muy
complicado.
Hoy
Pablo ha almorzado con su abuelo en lugar de tomar el bocadillo en un área de
servicio camino de la aventura como lo hacen sus compañeros. Y ha jugado a las
cartas con su abuela mientras los otros se habrán divertido como locos
corriendo de habitación en habitación a la llegada al hotel. Y mientras los
demás duermen poco en esa recién estrenada libertad, él dormirá en su cama,
aunque es posible que llame a su madre a mitad de la noche porque alguna
pesadilla lo asalte, una vez más, e interrumpa ese sueño inocente que debería
tener.
Mi
Pablete, a sus trece años, ha sufrido ya mucho, demasiado para su corta edad.
Sabe lo que es que sus compañeros lo marginen. Sabe lo que es que se rían de él
porque va más lento que los demás. Sabe lo que es estar solo en la fila del
patio mientras los otros hablan y ríen y le dan la espalda. Sabe lo que es que
lo señalen con el dedo, sabe lo que es darse coscorrones contra la pared porque
el listillo de la clase se lo pide para reírse de él mientras Pablo piensa que
es su amigo y es solo un juego. Y también sabe lo que es quedarse solo jugando
a la Play online cuando los amigos de su hermano se dan cuenta que el que tiene
los mandos es él y todos se van desconectando uno a uno hasta dejarlo sin nadie
con quien jugar.
Sí,
él no se ha ido de viaje porque no está preparado para irse solo y porque no
tiene amigos. Él se queda sin ese viaje
con el que todo niño sueña.
Y
sabéis una cosa, esto me enferma pero no solo por mi sobrino sino por sus
compañeros porque se están perdiendo el amor y el cariño de la persona más maravillosa
que posiblemente pasará por sus vidas. Y lo siento por esos padres que siguen
prefiriendo que sus hijos amplíen conocimientos sacándose el B1, el B2 o el
Trinity de turno. Que vayan a Kumon, judo, baloncesto, ballet, conservatorio,
futbol y un largo etcétera y sean incapaces de sentarse con ellos para
contarles y hacerles entender que los niños como Pablo les pueden aportar una
enorme riqueza emocional en sus vidas. Eso no les dará puntos para el futuro y
brillante curriculum que algún día tendrán pero les daría, seguro, una grandeza
humana que no se enseña en academias sino en casa hablando y dando ejemplo.
¿Sabéis
lo que todos se perderán? Se perderán el cariño de un niño que no sabe mentir
ni engañar, que ama con total y absoluta sinceridad. Nunca les mentira ni les
traicionara y su amistad será inquebrantable. Se perderán cientos de sonrisas,
las más bonitas del mundo, cuando está feliz y guiña sus ojitos de absoluta
felicidad. Se perderán sus abrazos emocionados cuando algo le hace feliz y está
contento. Y sus manos, siempre calentitas y suaves, que buscan las tuyas para
sentirse arropado. Se perderán su cara preciosa cuando le abres la puerta de
casa porque viene a cenar y eso le encanta. Las tartas de Oreo para celebrar
cualquier cosa, porque él, ante todo, quiere gente feliz a su alrededor. Se perderán
a un amigo que te consolará el primero y te abrazará porque no puede ver a
nadie triste.
Sí,
ese es Pablo. Esa personal genial y única que le gusta tomar “miguillas” (como él llama a las migas) cuando llueve o
hace frío. Que se sabe todos los nombres de tiburones que existen y los
distingue a la perfección. Que le encanta estar con sus gatitos y cerrar los
ojos mientras escucha la música clásica moviendo sus brazos de pura emoción y
sentimiento. Que es del Real Madrid pero que se alegra también cuando gana el
Betis (porque sabe que es mi equipo) o incluso el Barcelona porque su tío y su
primo estarán contentos con la victoria y él es feliz por eso, no le importa
los colores. Y reirá de pura felicidad con una comida en un restaurante chino, eso
sí, con toda la familia.
Decidme
¿ser cariñoso, alegre, sensible, sincero, noble y buena persona es tener un síndrome
que te hace ser objeto de marginación? ¿Tan sobrados estamos de estas virtudes?
Yo creo que todo al contrario. Encontrar personas así es un lujo, un
privilegio, pero eso sí, para llegar a conseguirlo nos tenemos que despojar
primero de prejuicios y egoísmos e ir con la firme intención de cambiar y ser
consciente que solo podemos mejorar este mundo si somos capaces de andar
siguiendo los dictados de nuestro corazón.
Eduquemos,
por favor, a nuestros hijos para que sepan respetar y tender la mano al que más
lo necesita y que sobre todo no tengan miedo de querer a quien es diferente
porque amar es una aventura maravillosa y siempre enriquecedora.
Un
saludo y feliz descanso